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Material para tus sueños

Aquella tarde lo preparé todo. Un buen baño, uñas cortadas, pedicura… Una hora antes de que llegaras empecé a vestirme. Ropa interior de encaje negro, medias sin puntera, liguero y culote a juego… me miré en el espejo; maquillaje ligero, pelo suelto, brillo en los labios, perfume en el cuello… me puse un vestido negro y ligero; poco escote, manga corta, talle estrecho. Me acerqué descalza al zapatero, recorrí con la mirada las opciones y elegí dos pares de entre todos ellos, me los probé y regresé al espejo. Sólo tardé un momento; me pondría la sandalia: tacón alto, suela fina, broche tobillero. Me miré de arriba abajo. ¿Me quito las medias? Por un momento consideré hacerlo.

Sonó el timbre. No subas, bajo y te veo.

Bajé despacio. Me esperabas al pie de la escalera y pensé en lo que estarías viendo: escalones vacíos, los tacones sonando a lo lejos, clac, clac, cloc. Expectativa. Imaginé que te gustaba el sonido. ¿Estarías mirando hacia arriba? Quise pensar que sí y calculé el escalón donde alcanzarías a verlo. Clac. Puse mi pie en el suelo. Sandalia negra de puntera abierta y medias semitransparentes negras, primero los dedos adivinándose bajo el velo negro, después el empeine, el talón, el tobillo izquierdo. Clac. Bajé el pie derecho. Cloc. Entonces me detuve en seco. Unos segundos de regodeo fingiendo buscar algo en el monedero. Sentía tus ojos en mis dedos, en mis falanges, en mis tarsos y metatarsos… recorriendo mis empeines, mis tobillos y mis astrágalos, me puse de perfil ofreciéndote varios ángulos. Reanudé el descenso, el aperitivo había terminado. Clac, clac, cloc. Clac, clac, cloc. Tus ojos acompañaban mis pasos. Cuando llegué a tu altura levantaste la cabeza, disimulando.

Llegamos al restaurante y cenamos. Mesa pequeña, buena comida, vino tinto, conversación fluida y risas, muchas risas ¿Qué estarías pensando? No podía dejar de preguntármelo. Un par de veces te pillé mirando hacia abajo, el vino nos alegraba y el tiempo pasaba volando. Estiré mis piernas por debajo de la mesa hasta que mis pies te rozaron. Hiciste como si nada, yo continué charlando. Llegaron el postre y los licores, hablábamos de trabajo, de política, de antiguos amores. Bajo la mesa mi pie acariciaba tus pantalones, primero un contacto ligero, mi empeine en tu tobillo, nuestras cabezas muy cerca, confesiones al oído. Después subí por tu espinilla y no apartaste la pierna, seguíamos charlando, disfrutando de la cena. Cuando contaste aquel chiste me reí, recosté mi espalda en la silla, estiré el pie y lo apoyé en tu rodilla. Solo entonces acusaste el gesto. Levantaste la cabeza y me miraste y despacio, muy despacio, escondiste una mano bajo la mesa. Tus ojos me advertían, estás jugando con fuego. Y tu sonrisa decía, no me eches la culpa luego.

Primero me acariciaste con la yema de tus dedos. Recorriste mi empeine de abajo arriba, desde el final de mis dedos hasta el broche tobillero, un roce ligero, apenas un cosquilleo. Reanudaste tu camino. De arriba abajo, de abajo a arriba… Te brillaban los ojos y sonreías. ¿Sería el vino, o tu imaginación se encendía? De vez en cuando te detenías en mi astrágalo y me rodeabas el tobillo para acariciar mi calcáneo, pasabas tus dedos sin prisa desde el talón hasta el inicio de la pantorrilla y luego hacia abajo hasta alcanzar mis metatarsos.

En la parte superior de la mesa todo parecía normal; yo no dejé de reír, tu no dejaste de hablar. ¿Eran compatibles las dos escenas en el mismo lugar? Debajo de la mesa sentí tu mano rodeando mi pie, tu palma en mi talón, tus dedos en mi tobillo. Sentí tu otra mano sostener la suela de la sandalia y deslizarla muy despacio, habías desabrochado la hebilla y me habías quitado el zapato. Tus manos expertas abarcaron mi pie. Ya no rozabas mi piel, usabas todo tu tacto. Me acariciabas los dedos, el talón, las falanges, el arco… Yo me dejé hacer y tú continuaste hablando.

Siempre amaste a mujeres viejas

Encontrabas paz en ellas

Aires de madurez serena

Mujeres que amaban sin cautela

Embriagadas de frescura

Hambrientas de tu carne tersa

 

Siempre amaste a mujeres viejas

Jugabas a ser mayor

Ellas, a sentirse llenas

Días divertidos con regusto a adolescencia

 

Siempre amaste a mujeres viejas

Pero creciste y no supiste entenderlas

Tus ademanes de niño ya no saldaban las cuentas

Y no sabías sostenerlas

 

Siempre amaste a mujeres viejas

Relaciones incompletas

Donde ellas te cuidaban

Y tú te dejabas hacer

Asustado de verte crecer

Aplazando la madurez que te aterra

Puse mi amor en ella

Una vez tejí una manta.

A escondidas.

Hecha con hilos de amor

y agujas de ilusiones encendidas.

Un regalo para una vida

mil horas de pasión

mil emociones tejidas.

En tus manos la dejé,

para tu perro la utilizas

Tú, el niño, él el hombre.

Tú, mi abrigo, él mi norte.

Tú, pop del blando,

él reggae, balada, saeta y Hard Rock.

Tú, sexo vainilla, él porno y orgasmos.

Él tutor, tú tutelado.

Él sincero, tú no tanto.

Tú, poeta

de cañerías.

Él, arquitecto

de alegrías.

Él me quiere, tú me quisiste.

Él me sostiene, tú no pudiste.

Él estará siempre, tú nunca supiste.

Me sobras

Me sobran

Tus dramas, tus neuras, tus bolas,

La vida se te burla haciéndote la cobra

Pobrecito niño, con el mundo en su contra.

 

Me sobran

tus miedos, tus monstruos, tus faltas

Tus mensajes ocultos, tus palabras afiladas

Pobrecito crío a quién la vida maltrata.

 

Nunca supiste hablarme

Nunca me diste abrigo

No quisiste olvidarme

Ni supiste ser mi amigo.

Ausencia

Estiro la mano sobre la sábana fría. Ya no estás. Nunca has estado. Cierro los ojos y aspiro fuerte. Recuerdo tu olor, tu tacto, el calor de tu cuerpo, el color de tu aliento. No te quedaste. Nunca te has quedado.

Poso los pies en el suelo. El frío de las baldosas me despeja la mente, y el duelo. Parece que fue ayer cuando te enseñé a alzar el vuelo, pero ya pasaron años a cientos. No sé cuántos, me descuento.

Miro el reloj, marca las cinco. ¿Las cinco, ya? ¿Todavía? ¿Las cinco? ¿de qué día? A través de la ventana no adivino si es de noche o es de día. Me la suda. Me murmuro a mí mismo. He perdido la noción del tiempo y la perspectiva del mundo.

El coleccionista de miedos

En la esquina de un cajón en una habitación que no uso guardo mi álbum de miedos. Es un álbum completo, una reliquia, un secreto. Trátalo con cariño si alguna vez te lo enseño.

En el álbum hay miedos blandos, pegajosos y mugrientos. Hay otros afilados, puntiagudos y sangrientos. Algunos miedos son pequeños, otros son eternos. Algunos son anchos, otros estrechos, algunos elegantes, otros contrahechos. Pero todos, todos, tienen su hueco.

En una sección especial, guardo los miedos caros, son las piezas singulares, las rarezas, los miedos menos ordinarios; los que solo se ven al trasluz como las motas de polvo que se columpian en los rayos. Los que se esconden detrás de los parpadeos, detrás de los juegos y los tebeos. Los que te esperan tras las puertas, los que aprietan y no te sueltan. Los miedos pacientes que atacan cuando no hay gente. Los que te muerden el vientre y aparecen de repente.

En la esquina de un cajón en una habitación que no uso guardo mi álbum con celo. Es un álbum delicado, una bomba, todo un riesgo. Trátalo con cautela si alguna vez te lo presto.

Quiero

Quiero acurrucarme bajo las mantas

Y llorar

Hasta que no me queden lágrimas

Desmontar las estructuras del mundo

Y volar

Hasta que me duelan las alas

 

Quiero coger un mazo y derribar las puertas

Quiero nadar y flotar y bucear hasta que se aleje la arena

Quiero arañar las paredes hasta que se acabe la pena

Quiero dejar de tropezar

 

Quiero dejar de doler

De dolerme

De dolerte

Quiero esconderme

Quiero dejar de quererte

Y quiero quererte eternamente

 

Quiero tenerte como te tuve siempre

Quiero que se detenga el tiempo al morderte

Quiero que seas suficiente

Quiero recordarte siempre

La trampa

La luna me besa en la cara

Perfume en el cuello y ropa de batalla

Con esmero preparo tu trampa

Pajarillo enjaulado con las alas maltratadas

En mi bolsillo, el alpiste que anestesia tu alma

Mimaré tus heridas con mis caricias saladas

y volaremos juntos mientras la luna esté alta

Pero te irás con las luces del alba

Volarás lejos y yo me quedaré en la cama

con tu plumaje tatuado en el alma

Una vez más, en mi propia trampa enredada.

¿No lo sabes?

Me preguntas lo que siento porque no te lo dicen mis versos

¿No lo sabes? que te quiero

A dentelladas

Desgarrando cuerpo y alma

Te quiero a mordisco limpio, a palo seco

A voz gastada

 

Me preguntas lo que quiero porque no te lo dicen mis verbos

¿No lo sabes? A ti te quiero

A bocanadas

Con celo y ansias

Desgranando los minutos que pasas lejos.

De alba a alba.

 

Te quiero con las entrañas

Con canas en el alma

Con las uñas descarnadas

De apartar escombros y acallar patrañas.

Desnuda y malgastada

Por eso te quiero muda, por eso sin palabras.