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Archive for junio 2020

Aquella tarde lo preparé todo. Un buen baño, uñas cortadas, pedicura… Una hora antes de que llegaras empecé a vestirme. Ropa interior de encaje negro, medias sin puntera, liguero y culote a juego… me miré en el espejo; maquillaje ligero, pelo suelto, brillo en los labios, perfume en el cuello… me puse un vestido negro y ligero; poco escote, manga corta, talle estrecho. Me acerqué descalza al zapatero, recorrí con la mirada las opciones y elegí dos pares de entre todos ellos, me los probé y regresé al espejo. Sólo tardé un momento; me pondría la sandalia: tacón alto, suela fina, broche tobillero. Me miré de arriba abajo. ¿Me quito las medias? Por un momento consideré hacerlo.

Sonó el timbre. No subas, bajo y te veo.

Bajé despacio. Me esperabas al pie de la escalera y pensé en lo que estarías viendo: escalones vacíos, los tacones sonando a lo lejos, clac, clac, cloc. Expectativa. Imaginé que te gustaba el sonido. ¿Estarías mirando hacia arriba? Quise pensar que sí y calculé el escalón donde alcanzarías a verlo. Clac. Puse mi pie en el suelo. Sandalia negra de puntera abierta y medias semitransparentes negras, primero los dedos adivinándose bajo el velo negro, después el empeine, el talón, el tobillo izquierdo. Clac. Bajé el pie derecho. Cloc. Entonces me detuve en seco. Unos segundos de regodeo fingiendo buscar algo en el monedero. Sentía tus ojos en mis dedos, en mis falanges, en mis tarsos y metatarsos… recorriendo mis empeines, mis tobillos y mis astrágalos, me puse de perfil ofreciéndote varios ángulos. Reanudé el descenso, el aperitivo había terminado. Clac, clac, cloc. Clac, clac, cloc. Tus ojos acompañaban mis pasos. Cuando llegué a tu altura levantaste la cabeza, disimulando.

Llegamos al restaurante y cenamos. Mesa pequeña, buena comida, vino tinto, conversación fluida y risas, muchas risas ¿Qué estarías pensando? No podía dejar de preguntármelo. Un par de veces te pillé mirando hacia abajo, el vino nos alegraba y el tiempo pasaba volando. Estiré mis piernas por debajo de la mesa hasta que mis pies te rozaron. Hiciste como si nada, yo continué charlando. Llegaron el postre y los licores, hablábamos de trabajo, de política, de antiguos amores. Bajo la mesa mi pie acariciaba tus pantalones, primero un contacto ligero, mi empeine en tu tobillo, nuestras cabezas muy cerca, confesiones al oído. Después subí por tu espinilla y no apartaste la pierna, seguíamos charlando, disfrutando de la cena. Cuando contaste aquel chiste me reí, recosté mi espalda en la silla, estiré el pie y lo apoyé en tu rodilla. Solo entonces acusaste el gesto. Levantaste la cabeza y me miraste y despacio, muy despacio, escondiste una mano bajo la mesa. Tus ojos me advertían, estás jugando con fuego. Y tu sonrisa decía, no me eches la culpa luego.

Primero me acariciaste con la yema de tus dedos. Recorriste mi empeine de abajo arriba, desde el final de mis dedos hasta el broche tobillero, un roce ligero, apenas un cosquilleo. Reanudaste tu camino. De arriba abajo, de abajo a arriba… Te brillaban los ojos y sonreías. ¿Sería el vino, o tu imaginación se encendía? De vez en cuando te detenías en mi astrágalo y me rodeabas el tobillo para acariciar mi calcáneo, pasabas tus dedos sin prisa desde el talón hasta el inicio de la pantorrilla y luego hacia abajo hasta alcanzar mis metatarsos.

En la parte superior de la mesa todo parecía normal; yo no dejé de reír, tu no dejaste de hablar. ¿Eran compatibles las dos escenas en el mismo lugar? Debajo de la mesa sentí tu mano rodeando mi pie, tu palma en mi talón, tus dedos en mi tobillo. Sentí tu otra mano sostener la suela de la sandalia y deslizarla muy despacio, habías desabrochado la hebilla y me habías quitado el zapato. Tus manos expertas abarcaron mi pie. Ya no rozabas mi piel, usabas todo tu tacto. Me acariciabas los dedos, el talón, las falanges, el arco… Yo me dejé hacer y tú continuaste hablando.

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